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viernes, 4 de febrero de 2011

BREVE HISTORIA DE AL-ANDALUS (1ª PARTE)

ENTRADA DE LOS MUSULMANES EN LA PENINSULA

A principios del siglo VIII el reino visigodo se hallaba sumido en una grave crisis que llevó al enfrentamiento armado entre diferentes facciones de la nobleza. El conde don Julián, antiguo gobernador de Tánger y Ceuta, se puso al servicio de los musulmanes del norte de África, prestando su flota para facilitar la travesía del estrecho de Gibraltar al ejército árabe. Cuando Tariq, a la cabeza de un ejército de siete mil hombres (la mayoría de ellos de etnia bereber), entró en la Península Ibérica, a finales de abril del 711, no encontró excesivas dificultades para someterla. El desembarco se produjo en las cercanías del famoso peñón de Gibraltar, al que se le dio su nombre (“Yábal al-Tariq”, monte de Tariq). El 19 de julio de ese año, por las orillas del río Guadalete, logra una victoria decisiva sobre el rey visigodo Don Rodrigo. Un mes más tarde, se produce el cerco a la ciudad de Córdoba. En menos de dos años pacificaron prácticamente toda la Península, sin llegar a destruir lo ya existente, puesto que aprovecharon lo que había y se dedicaron a reconstruir las obras antiguas.
Al-Andalus quedó pronto convertida en una provincia del imperio islámico al mando de una serie de gobernadores dependientes del poder de Damasco, capital del estado Omeya. Pero a esas nuevas tierras conquistadas no llegó a dársele entonces el valor que tenían.

EL EMIRATO DEPENDIENTE DE DAMASCO

Entre 716-756 se desarrolla el llamado emirato de Córdoba, período en que se suceden diversos gobernadores o emires, nombrados directamente por el califa Omeya de Damasco.
A mediados del siglo VIII se produce una seria escisión en el imperio musulmán. La dinastía de los abbasíes se subleva contra los omeyas, llegando a triunfar y efectuando el traslado del centro de poder desde Damasco a Bagdad. Una de las primeras órdenes promulgadas es la de matar a todos los príncipes omeyas existentes.
Abderrahman I, nieto del califa Hisham Ibn Abdelmalik, fue el único omeya que consiguió escapar. Perseguido de aldea en aldea, cruzó a nado el río Eufrates, pasando a Palestina y, desde allí, hasta la Península Ibérica.

EMIRATO OMEYA INDEPENDIENTE (756-929)

En el año 756, Abderrahman I, tras hacerse con el control de Al-Andalus, fue proclamado emir de Córdoba, independizándose de la política bagdadí e iniciando uno de los períodos más ilustres de la historia del Islam. Bajo su gobierno, que tuvo un signo conciliador, se unifica Al-Andalus y se establecen relaciones diplomáticas con los reinos del Norte, con África septentrional y con el Imperio Bizantino.
A fines del siglo VIII, la mayoría de la población, descendiente de los hispanorromanos y de los visigodos, se había convertido al Islam, recibiendo el nombre de muladíes; sólo en las ciudades quedó una parte de población que se mantuvo cristiana (mozárabes) y que, en general, fue muy respetada.
Los sucesores de Abderrahmán I fueron Hisham I (788-796), Al-Hakam I (796-822), Abderrahman II (822-852), Muhammad I (852-886), Al-Mundhir (886-888), Abdallah (888-912) y Abderrahman III (912-961).
Durante el gobierno de Al-Hakam I y de sus sucesores se desarrollaron las revueltas de Toledo y Córdoba (807 y 814, respectivamente) y los enfrentamientos con los gobernadores militares de la frontera (Extremadura, valle del Ebro). Pero ninguna alcanzó tanta fuerza ni puso en peligro el emirato como la revuelta del muladí Omar Ibn Hafzun, durante el mandato del emir Abdallah. Entre 844 y 861 se produjeron varios ataques vikingos contra las costas del sur de Al-Andalus.
Frente al lejano califato abbassí, las pretensiones ambiciosas de poder de los fatimíes en el Magreb y la propia disgregación política de Al-Ándalus, se eleva desde el 912 en Córdoba un poder fuerte: el de Abderraman III.

EL CALIFATO OMEYA DE CÓRDOBA (929-1010)

En 929 Abderrahman III decide tomar el título califal, el cual le otorgaba, además del poder terrenal, el poder espiritual sobre la comunidad de creyentes. Sus buenas relaciones con los dos emperadores cristianos -Bizancio y el Sacro Imperio- sirvieron de contrapeso frente a sus enemigos. Fue el periodo de mayor apogeo de Al-Ándalus, convirtiéndose el califato en uno de los centros políticos, económicos y culturales más importantes del Occidente medieval.
Tanto Abderrahman III como su hijo y sucesor Al-Hakkem II supieron favorecer la integración étnico-cultural entre bereberes, árabes, hispanos y judíos. Ambos apaciguaron a la población, pactaron con los monarcas cristianos, construyeron y ampliaron numerosos edificios (algunos tan notables como la Mezquita de Córdoba o el palacio de Madinat Al-Zahra) y se rodearon de la inteligencia de su época. También mantuvieron contactos comerciales con Bagdad, Francia, Túnez, Marruecos, Bizancio, Italia y hasta con Alemania.
Tras este periodo de esplendor, a partir de Hixem II todo se torna confuso e inseguro. El ambicioso y siniestro personaje conocido como Almanzor, aprovechándose de la minoría de edad del califa gobernante y su carácter disoluto, fue acumulando diversas prerrogativas del poder correspondiente al soberano, convirtiéndose en un verdadero dictador. Sin dejar de ser nunca oficialmente el primer ministro, en realidad Almanzor concentrará en sus manos casi todo el poder decisorio.
Utilizando la guerra defensiva de las fronteras musulmanas como el instrumento más eficaz para encubrir su poder ilegítimo y para obtener cuantiosos botines, a partir de 976 ataca incansablemente los territorios cristianos del norte de la península. En once años, hasta 987, emprende 25 campañas, a un promedio de dos por año, aunque en 981 la cifra se elevó a 5 aceifas (expediciones veraniegas de castigo contra los estados cristianos). Entre las más importantes, destacan la de Cataluña (985), durante la cual saquea Barcelona y, sobre todo, la de Santiago de Compostela (997). Estos puntos jamás serían alcanzados posteriormente por ningún ejército musulmán y Almanzor no los retuvo, simplemente por la sencilla razón que la islamización del territorio cristiano no estaba en sus planes.
Mientras Almanzor (m. 1002) y su hijo mayor Abd al-Malik (m. 1008) estuvieron al frente de la política, el califato pareció seguro. Sin embargo, su segundo hijo, Abderrahman (m. 1009), conocido como «Sanchuelo» por los cristianos, aceleró con su falta de tacto, el derrumbe del califato: en 1008 se hace proclamar heredero por el califa Hixem II. Eso desencadena la rebelión de la población de Córdoba, estallando una guerra civil a partir de 1010. Los sublevados deponen al califa, que abdica y poco después es asesinado por su guardia personal. Madinat Al-Zahra también es destruida.
En menos de dos años, los musulmanes pasan de ser los árbitros en las disputas entre los cristianos, a tener que solicitar su apoyo para dirimir sus luchas internas. Al-Andalus se convierte en campo de batalla de las diferentes etnias musulmanas, apoyadas astutamente por los reinos cristianos en su propio beneficio. Ninguna de las facciones logrará un predominio sobre otra. La guerra civil se extenderá hasta 1031, año en el que desaparece el Califato.
A partir de entonces, una serie de reyes menores afirmaron su poder en el pequeño conjunto de estados en el que el califato hispano-musulmán se había disgregado.


                                                                                                Fuente: "I.E.S. Boabdil" Lucena (Córdoba)

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